martes, 19 de junio de 2012

perros de agarre


El perro de agarre es un producto de la selección artificial desde la más remota antigüedad. A diferencia de las razas naturales, como los perros de pastoreo, los perros de agarre fueron criados y mantenida su estirpe por el deseo expreso del hombre desde hace más de dos mil años. Los romanos fueron artífices de la difusión de este grupo étnico por el Mediterráneo, transportando para los circos como el de Roma o los españoles de Mérida y Tarraco tanto moloso asirios como los afamados pugnaces britaniae y estableciendo perreras para su crianza. Otro ejemplo es el de Felipe II, que importó lebreles de Irlanda, pues sentía gran afición por la caza. El gusto montero del emperador se inclinaba por la caza de venados con red, modalidad cinegética introducida en España por la Casa de Austria y a cuya descripción Argote de Molina dedicó el capítulo 37 de su ‘Discurso de la Montería’.
Mejorar las castas
Hacer al perro más útil, más eficaz y confiable en su labor montera fue la razón motriz de la selección. Las razones que movieron a la selección canina fueron sistematizadas por primera vez por Charles Cornevin, prestigioso veterinario y zoólogo francés de finales del siglo XIX. De las tres posibles causas que señala, la más importante es la adaptación, que se relaciona directamente con lo útil. La funcionalidad, el trabajo que se espera que realice el perro, condiciona y conforma su anatomía. Y la función del perro de agarre está implícita en su nombre: agarrar, sujetar a la res, ponerla a disposición del montero.
La época dorada del perro de presa en montería coincide con aquélla en que lo rudimentario de las armas obligaba con mayor frecuencia a rematar la res con cuchillo. Los textos clásicos hablan de alanos y lebreles de Irlanda, perros de acoso a la carrera y de firme presa. Y se mantiene el interés por estos perros hasta bien entrado el siglo XIX, siendo Antonio Covarsí el último rendido galán de estos fieros animales, de los que escribió: “Los alanos del país son muy buenos, y si se cruzan con los excelentes mallorquines, se obtienen unos alanos de mediana talla y muy ligeros, que es lo que para el caso se desea, y firmes en el agarre, porque de la ligereza de los alanos depende muchas veces el éxito de una buena ronda”.  El siglo XX y lo que llevamos del XXI han visto cambiar el aprecio por estos perros, llegándose a cuestionar su presencia, especialmente en las monterías más comerciales, donde tantas veces lo que más se valora en la rehala es que dé espectáculo.
Sin embargo, el perro de agarre es importante para las rehalas, tanto ayer como hoy, proporcionando al conjunto de perros mayor protección y confianza frente a las reses, y de un modo muy notorio si se trata de un jabalí parado que raja a todo perro que se le acerque, por lo que contribuye a salvaguardar la vida de los restantes perros y facilita que el montero remate a cuchillo con seguridad.

Su evolución

El tipo más primitivo de moloso de agarre lo encontramos representado en razas modernas como el mastín napolitano o el dogo de Burdeos, animales pesados y de escasa movilidad, cuya función es inmovilizar a una pieza que no puede escapar y tiene fácil alcance. Son perros de jifería, pues matachines y carniceros los emplean para sujetar las reses que van a ser sacrificadas en los macelos. Recordemos que la fiesta de los toros nació a las puertas del matadero de Sevilla, cosa que evoca Miguel de Cervantes en una de sus ‘Novelas Ejemplares’ de larguísimo título: ‘“Novela, y coloquio, que pasó entre Cipión y Berganza, perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la puerta del Campo, a quien comúnmente llaman “Los perros de Mahudes”’, y que popularmente conocemos como ‘Coloquio de los perros”. En ella pone en boca de la perra Berganza las siguientes palabras: “Paréceme que la primera vez que vi el sol fue en Sevilla, y en su matadero, que está fuera de la puerta de Carne, por donde imaginara que mis padres debieron ser alanos de aquellos que crían los ministros de aquella confusión a que llaman jiferos”. Éstos son los mismos perros que en sus grabados representó Goya luchando con los toros doscientos años más tarde.
Paralelamente los perros de presa son empleados en la caza por los monteros, siendo preciso que, junto a fortaleza, tuvieran además movilidad y un aceptable olfato, por lo que se les cruzaron lebreles y sabuesos, creando razas como el alano español o el dogo argentino. El ‘Libro de la Montería’, de Alfonso XI de Castilla (1347), está iluminado con la representación de unos perros de presa en disposición de montear, seguramente alanos, guarnecidos con petos de suela de cuero y que llevan anchos collares. Son perros corpulentos, pero no pesados, de apariencia ágil, lo que sin duda facilitaba su trabajo en la sierra.
También en el ‘Tratado de la Montería’, obra del siglo XV de autor desconocido, atribuida a Fernando de Iranzo, hermano del Condestable de Castilla y Adelantado de Jaén, Don Miguel de Lucas Iranzo, que rescató del olvido el Duque de Almazán en 1936, editándola a sus expensas, leemos: los perros “a mi parecer, pueden ser tenidos para montear los medianos de altura y largura y de carnes, porque son más ligeros que es cosa muy conveniente”, y lo justifica porque “el que sea ligero alcanzará presto, antes que haya corrido mucho, y llegará con mejor aliento que si alcanzara lejos y tendrá mejor que, el que por su pesadumbre llega ahogado”.  ¿Cómo era entonces el perro de agarre buscado y apreciado para la montería? ¿Cuál era su arquitectura anatómica, su estructura?

La estructura 

A simple vista destaca en el buen perro de agarre su poderosa estructura ósea. De pecho ancho y profundo, hasta alcanzar los codos, que aparecen paralelos al tronco, con unos aplomos fuertes, de huesos anchos y firmes. Todo en él connota que fue seleccionado para desarrollar fuerza muscular y de presa, sin por ello dejar en segundo lugar la velocidad y resistencia. La forma de la cabeza en estos animales es un claro retrato de la función a la que han venido siendo destinados: cabezas cuboides, voluminosas, con salto nasofrontal muy pronunciado, maxilares hiperdesarrollados, cuello musculoso y espaldas robustísimas, así como los riñones, para sostener a la presa hasta la llegada del montero a rematar.
El tipo más genuino se seleccionó como una estructura arquitectónica representada por una figura geométrica rectangular. La longitud del tronco, medida desde la punta del esternón a la punta de la nalga, supera la altura del perro medida desde la apófisis de la quinta vértebra dorsal, en la cruz, al suelo.
Un perro de tipo molosoide, eumétrico, armónico y rústico, en el que se premiaba por encima de cualquier otra consideración una manifiesta funcionalidad, que se pone

El perro de agarre es un producto de la selección artificial desde la más remota antigüedad. A diferencia de las razas naturales, como los perros de pastoreo, los perros de agarre fueron criados y mantenida su estirpe por el deseo expreso del hombre desde hace más de dos mil años. Los romanos fueron artífices de la difusión de este grupo étnico por el Mediterráneo, transportando para los circos como el de Roma o los españoles de Mérida y Tarraco tanto moloso asirios como los afamados pugnaces britaniae y estableciendo perreras para su crianza. Otro ejemplo es el de Felipe II, que importó lebreles de Irlanda, pues sentía gran afición por la caza. El gusto montero del emperador se inclinaba por la caza de venados con red, modalidad cinegética introducida en España por la Casa de Austria y a cuya descripción Argote de Molina dedicó el capítulo 37 de su ‘Discurso de la Montería’.
Mejorar las castas
Hacer al perro más útil, más eficaz y confiable en su labor montera fue la razón motriz de la selección. Las razones que movieron a la selección canina fueron sistematizadas por primera vez por Charles Cornevin, prestigioso veterinario y zoólogo francés de finales del siglo XIX. De las tres posibles causas que señala, la más importante es la adaptación, que se relaciona directamente con lo útil. La funcionalidad, el trabajo que se espera que realice el perro, condiciona y conforma su anatomía. Y la función del perro de agarre está implícita en su nombre: agarrar, sujetar a la res, ponerla a disposición del montero.
La época dorada del perro de presa en montería coincide con aquélla en que lo rudimentario de las armas obligaba con mayor frecuencia a rematar la res con cuchillo. Los textos clásicos hablan de alanos y lebreles de Irlanda, perros de acoso a la carrera y de firme presa. Y se mantiene el interés por estos perros hasta bien entrado el siglo XIX, siendo Antonio Covarsí el último rendido galán de estos fieros animales, de los que escribió: “Los alanos del país son muy buenos, y si se cruzan con los excelentes mallorquines, se obtienen unos alanos de mediana talla y muy ligeros, que es lo que para el caso se desea, y firmes en el agarre, porque de la ligereza de los alanos depende muchas veces el éxito de una buena ronda”.  El siglo XX y lo que llevamos del XXI han visto cambiar el aprecio por estos perros, llegándose a cuestionar su presencia, especialmente en las monterías más comerciales, donde tantas veces lo que más se valora en la rehala es que dé espectáculo.
Sin embargo, el perro de agarre es importante para las rehalas, tanto ayer como hoy, proporcionando al conjunto de perros mayor protección y confianza frente a las reses, y de un modo muy notorio si se trata de un jabalí parado que raja a todo perro que se le acerque, por lo que contribuye a salvaguardar la vida de los restantes perros y facilita que el montero remate a cuchillo con seguridad.
Su evolucion
El tipo más primitivo de moloso de agarre lo encontramos representado en razas modernas como el mastín napolitano o el dogo de Burdeos, animales pesados y de escasa movilidad, cuya función es inmovilizar a una pieza que no puede escapar y tiene fácil alcance. Son perros de jifería, pues matachines y carniceros los emplean para sujetar las reses que van a ser sacrificadas en los macelos. Recordemos que la fiesta de los toros nació a las puertas del matadero de Sevilla, cosa que evoca Miguel de Cervantes en una de sus ‘Novelas Ejemplares’ de larguísimo título: ‘“Novela, y coloquio, que pasó entre Cipión y Berganza, perros del Hospital de la Resurrección, que está en la ciudad de Valladolid, fuera de la puerta del Campo, a quien comúnmente llaman “Los perros de Mahudes”’, y que popularmente conocemos como ‘Coloquio de los perros”. En ella pone en boca de la perra Berganza las siguientes palabras: “Paréceme que la primera vez que vi el sol fue en Sevilla, y en su matadero, que está fuera de la puerta de Carne, por donde imaginara que mis padres debieron ser alanos de aquellos que crían los ministros de aquella confusión a que llaman jiferos”. Éstos son los mismos perros que en sus grabados representó Goya luchando con los toros doscientos años más tarde.
Paralelamente los perros de presa son empleados en la caza por los monteros, siendo preciso que, junto a fortaleza, tuvieran además movilidad y un aceptable olfato, por lo que se les cruzaron lebreles y sabuesos, creando razas como el alano español o el dogo argentino. El ‘Libro de la Montería’, de Alfonso XI de Castilla (1347), está iluminado con la representación de unos perros de presa en disposición de montear, seguramente alanos, guarnecidos con petos de suela de cuero y que llevan anchos collares. Son perros corpulentos, pero no pesados, de apariencia ágil, lo que sin duda facilitaba su trabajo en la sierra.
También en el ‘Tratado de la Montería’, obra del siglo XV de autor desconocido, atribuida a Fernando de Iranzo, hermano del Condestable de Castilla y Adelantado de Jaén, Don Miguel de Lucas Iranzo, que rescató del olvido el Duque de Almazán en 1936, editándola a sus expensas, leemos: los perros “a mi parecer, pueden ser tenidos para montear los medianos de altura y largura y de carnes, porque son más ligeros que es cosa muy conveniente”, y lo justifica porque “el que sea ligero alcanzará presto, antes que haya corrido mucho, y llegará con mejor aliento que si alcanzara lejos y tendrá mejor que, el que por su pesadumbre llega ahogado”.  ¿Cómo era entonces el perro de agarre buscado y apreciado para la montería? ¿Cuál era su arquitectura anatómica, su estructura?
La estructura
A simple vista destaca en el buen perro de agarre su poderosa estructura ósea. De pecho ancho y profundo, hasta alcanzar los codos, que aparecen paralelos al tronco, con unos aplomos fuertes, de huesos anchos y firmes. Todo en él connota que fue seleccionado para desarrollar fuerza muscular y de presa, sin por ello dejar en segundo lugar la velocidad y resistencia. La forma de la cabeza en estos animales es un claro retrato de la función a la que han venido siendo destinados: cabezas cuboides, voluminosas, con salto nasofrontal muy pronunciado, maxilares hiperdesarrollados, cuello musculoso y espaldas robustísimas, así como los riñones, para sostener a la presa hasta la llegada del montero a rematar.
El tipo más genuino se seleccionó como una estructura arquitectónica representada por una figura geométrica rectangular. La longitud del tronco, medida desde la punta del esternón a la punta de la nalga, supera la altura del perro medida desde la apófisis de la quinta vértebra dorsal, en la cruz, al suelo.
Un perro de tipo molosoide, eumétrico, armónico y rústico, en el que se premiaba por encima de cualquier otra consideración una manifiesta funcionalidad, que se pone de relieve en una buena estructura corredora, gran agilidad y velocidad, gran elasticidad y economía en los movimientos. Al paso es un animal de movimiento cadencioso, que en los sujetos atigrados o rayados refuerza la apariencia felina. El trote debe ser amplio y el galope elástico, con marcada extensión y flexión del tronco.
Nunca hubo una determinación clara, una preferencia hacia uno u otro color del manto. Antiguamente fueron muy apreciados los perros manchados de blanco por una sencilla cuestión óptica, ya que resultaba más fácil localizarlos en el monte y diferenciarlos de la res cuando hacían presa, pero esto no determinó una crianza selectiva de ese color, quedando siempre al albur de las preferencias personales de cada montero. Por ello encontramos perros de muy variada coloración, sin que ello suponga menoscabo alguno. Barcinos, leonados, blancos manchados, negros, mosqueados o tricolores son colores frecuentes en estos perros.
La fuerza y robustez del animal es un detalle que debe apreciarse a primera vista. Los perros de pecho estrecho, codos entrantes, patas delgadas y ligeros de sustancia nunca fueron deseables, eliminándose de la crianza.
Las razasde relieve en una buena estructura corredora, gran agilidad y velocidad, gran elasticidad y economía en los movimientos. Al paso es un animal de movimiento cadencioso, que en los sujetos atigrados o rayados refuerza la apariencia felina. El trote debe ser amplio y el galope elástico, con marcada extensión y flexión del tronco.
Nunca hubo una determinación clara, una preferencia hacia uno u otro color del manto. Antiguamente fueron muy apreciados los perros manchados de blanco por una sencilla cuestión óptica, ya que resultaba más fácil localizarlos en el monte y diferenciarlos de la res cuando hacían presa, pero esto no determinó una crianza selectiva de ese color, quedando siempre al albur de las preferencias personales de cada montero. Por ello encontramos perros de muy variada coloración, sin que ello suponga menoscabo alguno. Barcinos, leonados, blancos manchados, negros, mosqueados o tricolores son colores frecuentes en estos perros.
La fuerza y robustez del animal es un detalle que debe apreciarse a primera vista. Los perros de pecho estrecho, codos entrantes, patas delgadas y ligeros de sustancia nunca fueron deseables, eliminándose de la crianza.

Las razas

Alano español, dogo argentino, presa canario y dogo mallorquín son razas modernas que quedarían comprendidas dentro del tipo de perro montero de agarre clásico. Estas cuatro razas tienen, en mayor o menor medida, tres cualidades importantes para montear: olfato, que les permite venteo por alto; valor para el acoso de la res herida, no amedrentándose si les planta cara; y agarre seguro, que garantice la integridad física del montero que entra a rematar. De las cuatro razas, de forma individualizada, trataremos en los próximos números de la revista.                                                                                            

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